Me encanta sentarme a su lado, y es que es de esas pocas veces en que nos quedamos los tres solos, de esas veces en que me cuentan su infancia, su juventud, su vida. Me gusta ver como sonríen al recordar los bailes, y que me vuelvan a contar como se le declaro él con un rotundo: "o te vienes conmigo o me voy a Alemania", "¿de verdad te dijo eso??? ¿y te fuiste con él?", y sí, ella aceptó, claro que aceptó, y yo ya sabía la respuesta.
También hay momentos para las historias tristes, para el hambre y la miseria, "Que esto de ahora ya lo he vivido yo, pero mucho mucho peor, y yo que pensé que ya no vería a nadie pasar hambre...", y me habla del "extraperlo", de los viajes a Granada a traer aceite, de como se hacía 250 kilómetros en una bici con 12 arrrobas...-"¿cuánto es una arroba, abuelo?", -"unos 12 kilos y medio hija, 12 kilos y medio"...y por un momento le veo a través de sus ojos pequeños, le imagino a sus diecipocos años por medio de ramblas y montañas con una bici que porta más de 150 kilos...y apenas me lo creo...pero es cierto.
Me gusta escucharles y me guardo sus palabras.
Y las memorizo porque mientras las recuerde ellos seguirán siempre conmigo. Y las memorizo porque me importan. Y las memorizo porque sé que algún día escrbiré su historia.
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